viernes, 2 de junio de 2017

NUESTROS INDIANOS…MIS INDIANOS

Se acerca la fecha del Ribadeo Indiano. Las calles se llenarán de alegría y trajes elegantes. El blanco y los cremas suaves lo inundarán todo. Y las pamelas y sombreros lucidos por rostros hermosos. Rebobinaremos, entonces,  el tiempo. Y traeremos del pasado la parte bella de la emigración. Los paseos y la exhibición. Vienen a mi mente aquellos días que no vimos, pero de los que oímos contar. Todos, en esta tierra, tenemos indianos. Abuelos y tatarabuelos que salieron en busca de fortuna. Tratando de salir de las penurias de pueblos y aldeas con escaso futuro. Entonces, uno tras otro, los hermanos, seguían el rastro del pionero. Del que abrió camino. Y en un atardecer cualquiera, sentados sobre sus baúles y maletas, en el puerto de Vigo o de Coruña, esperaban. Horas lentas y miradas tristes. Con la nostalgia ya atenazando sus corazones. Hablando poco en medio de sus despedidas. Tardes de buques zarpando hacia muy lejos. De lágrimas y pañuelos blancos al aire. De adioses… ilusionados si… pero adioses…

Luego sus cartas, con aquella escritura renqueante. A golpe de pluma y palillero. De tinta y de tintero. En sus misivas contaban sus trabajos y sus infinitas horas. Fueron esforzados trabajadores y sobrios hasta lo indecible para ahorrar. Para llevar con ellos a su familia. Algunos hicieron grandes fortunas y pequeños imperios. El talento también contaba. Y desde allí ayudaron a hacer escuelas, hospitales, capillas en sus lugares de origen. Otros vivieron bien y se hicieron distinguidos hombres y mujeres en los centros gallegos de Sudamérica. Otros muchos regresaron al cabo de un tiempo tan pobres como se fueron. Pero con el pelo gris y más callos en sus manos.


Mis indianos siguieron ese patrón común a toda la emigración americana. Hermanos de mis abuelos. Unos ya no volvieron y allí se quedaron para siempre. En Buenos Aires y Mendoza. Con sus veranos en Punta del Este y sus paseos, de ropas blancas y cremas, pamelas y sombreros, por sus calles. Mi abuelo y algún otro hermano, volvieron pronto. La morriña, la llamada del terruño tiraba de ellos, les empujaba a coger el barco de regreso. Y ya no luchaban. Se volvían acá.  A su Galicia natal. Y contaron a sus hijos y a sus nietos, al calor de las lareiras, su aventura americana. La gran riqueza de aquellos países. Y cómo volvieron en aquellos trasatlánticos, en camarotes y en hamacas en cubierta. Esperando ver en el horizonte, las tierras grises y verdosas de su país natal. Y como ellos, a buen seguro, tus indianos… nuestros indianos. Hacemos bien en honrar su memoria en esa fiesta, de nuevo cuño, del Ribadeo Indiano.

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