NUESTROS INDIANOS…MIS INDIANOS
Se acerca la fecha del Ribadeo
Indiano. Las calles se llenarán de alegría y trajes elegantes. El blanco y los
cremas suaves lo inundarán todo. Y las pamelas y sombreros lucidos por rostros
hermosos. Rebobinaremos, entonces, el
tiempo. Y traeremos del pasado la parte bella de la emigración. Los paseos y la
exhibición. Vienen a mi mente aquellos días que no vimos, pero de los que oímos
contar. Todos, en esta tierra, tenemos indianos. Abuelos y tatarabuelos que
salieron en busca de fortuna. Tratando de salir de las penurias de pueblos y
aldeas con escaso futuro. Entonces, uno tras otro, los hermanos, seguían el
rastro del pionero. Del que abrió camino. Y en un atardecer cualquiera,
sentados sobre sus baúles y maletas, en el puerto de Vigo o de Coruña,
esperaban. Horas lentas y miradas tristes. Con la nostalgia ya atenazando sus
corazones. Hablando poco en medio de sus despedidas. Tardes de buques zarpando
hacia muy lejos. De lágrimas y pañuelos blancos al aire. De adioses…
ilusionados si… pero adioses…
Luego sus cartas, con aquella
escritura renqueante. A golpe de pluma y palillero. De tinta y de tintero. En
sus misivas contaban sus trabajos y sus infinitas horas. Fueron esforzados
trabajadores y sobrios hasta lo indecible para ahorrar. Para llevar con ellos a
su familia. Algunos hicieron grandes fortunas y pequeños imperios. El talento
también contaba. Y desde allí ayudaron a hacer escuelas, hospitales, capillas
en sus lugares de origen. Otros vivieron bien y se hicieron distinguidos
hombres y mujeres en los centros gallegos de Sudamérica. Otros muchos
regresaron al cabo de un tiempo tan pobres como se fueron. Pero con el pelo
gris y más callos en sus manos.
Mis indianos siguieron ese patrón
común a toda la emigración americana. Hermanos de mis abuelos. Unos ya no
volvieron y allí se quedaron para siempre. En Buenos Aires y Mendoza. Con sus
veranos en Punta del Este y sus paseos, de ropas blancas y cremas, pamelas y
sombreros, por sus calles. Mi abuelo y algún otro hermano, volvieron pronto. La
morriña, la llamada del terruño tiraba de ellos, les empujaba a coger el barco de
regreso. Y ya no luchaban. Se volvían acá.
A su Galicia natal. Y contaron a sus hijos y a sus nietos, al calor de
las lareiras, su aventura americana. La gran riqueza de aquellos países. Y cómo
volvieron en aquellos trasatlánticos, en camarotes y en hamacas en cubierta.
Esperando ver en el horizonte, las tierras grises y verdosas de su país natal.
Y como ellos, a buen seguro, tus indianos… nuestros indianos. Hacemos bien en
honrar su memoria en esa fiesta, de nuevo cuño, del Ribadeo Indiano.
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