MIS
ROMERÍAS EN AQUEL MONTE
Santa
Cruz tache no alto, Ribadeo no baixiño... Fueron varias las
veces en que subí al monte de romería y bajé cantando eso. Allí le llamamos la
Gira o la Xira. Monte, en mi infancia de pinos y eucaliptos en ligera
pendiente. Entonces de hierba y mucho matorral. Pero con paisajes limpios y
despejados rodeando a la ermita. La que lo corona y le da nombre y sabor. Al
lado, la vecindad de una primitiva cruz visible desde abajo. Años más tarde,
otras plantaciones y monte más despejado. Caminos que penetraban al interior,
hacia sus entrañas, cuesta arriba. Paseo sano batido por la brisa y los vientos
del nordés. Y de todos los vientos. A Santa Cruz me llevaron, recién llegado a
esas tierras a lomos de caballo. Aventura infantil inolvidable. Después,
algunos años de alegres comidas familiares el día de la fiesta. Empanada, pulpo y tarta de almendra al estilo
ribadense. Con aquellos diseños de una serpiente adornada, enrollada en el
envase. Gaitas mañaneras de alegres despertares. Recuerdo siempre las notas
felices de Ponteareas.
Más tarde, en esa
independencia que se anhelaba desde los quince años y se lograba poco después,
subí algunos veces con mi pandilla de amigos. Era una prolongación de aquellos
veranos de estudiante, despreocupados, plenos de vitalidad y diversión. Con
pocas vituallas para comer y algunas botas
de vino tinto. Y a veces, una guitarra y la buena voz de Maximino que
contagiaba al grupo. Y las bromas, las risas y las chanzas sin fin.Tras el xantar, caían algunos en la modorra
vespertina, más a causa del tintorro que de la exigua comida de un grupo de chavales.
Con frecuencia, encontrábamos arriba amigas o conocidas y nuestro grupo se partía entre los que dormían apoyados en un pino y los que le daban a la muiñeira. Alrededor, familias y grupos
de amigos en alegre camaradería que llevaba a compartir, en ocasiones, postres
y bebidas. Y hasta el café. Sentados sobre la hierba fresca o deambulando por
entre la arboleda y los cuatro puestos de bares o de tiro a las cintas y
palillos. Un poco más abajo, la ermita abierta ese día para visitarla. Y los
clásicos concursos y bailes del folklore gallego. Omito los años de lluvias por
sorpresa y huida en desbandada.
Monte de Santa Cruz en 1966
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