martes, 10 de mayo de 2016

TIEMPOS DEL AUTOSTOP

A principios de los años sesenta, del pasado siglo XX, la moda de hacer autostop se extendió por todas partes. Las carreteras hispanas se llenaron de chicos que se lanzaban a la aventura de hacer kilómetros en coche ajeno. Y nosotros, en Ribadeo, no íbamos a ser menos. La primera vez –a la que corresponde esta fotografía de 1961- fue divertida, pero un fracaso absoluto. Era un espléndido día de agosto. Tres amigos decidimos sumarnos a esa corriente. Con aquellas bolsas tubulares que estuvieron de moda, colgadas al hombro, con la comida y bebida más bañador y toalla, salimos a la carretera. Previo fue el cruce en lancha de pasaje desde Ribadeo a Figueras. Luego caminata hasta Barres en cuyo trayecto ya no esperábamos cruzarnos más que algunos ciclistas. Y en Barres comenzaba la verdadera etapa. La conversación era animada, entre mis amigos -Félix y Villarino- y yo. Los kilómetros fueron cayendo, al igual que la solanera, y ni un turismo. Tan sólo un autobús del Alsa y un camión cargado de pinos. Creo que nada más.




Nuestro destino era Tapia de Casariego y su playa. El día invitaba al baño y a comer en la Xunqueira, junto al río Anguileiro que muere en la playa bordeando el campo de fútbol. Y así llegamos hasta allí, a golpe de nuestras pisadas. Casi siempre disfrutando de la totalidad de la carretera. El regreso, tras las preciosas horas pasadas en Tapia, fue idéntico. O sea nada de nada. Y haciendo camino al andar. Sólo nuestra juventud y el buen rollo –como se dice ahora- salvó la jornada. Pero, al año siguiente decidimos reincidir. La moda del autostop iba en aumento. Y obtuvimos premio en esa segunda ocasión.  Bien es cierto que Félix y yo nos tuvimos que tragar, a pie, la ida desde Figueras a Tapia. Pero al regreso, ¡por fin! ¡ooohhh viene un coche! gritamos mientras hacíamos la señal estándar con los dedos entumecidos de tanto esperar para dibujarla en el aire. Pero el caso es que funcionó.  Un jeep, conducido por un simpático individuo de la zona, nos paró y se ofreció a llevarnos hasta Barres. Subimos, más felices por el éxito de la misión que por ahorrarnos los kilómetros andando. Al fin y al cabo eran un buen ejercicio deportivo.

A los pocos minutos nos topamos con otro autoestopista en la carretera. Era un irlandés, de cara pecosa y blanco como la nieve, que con su enorme mochila subió al coche en que íbamos. Casi no cabíamos los tres y su equipaje en la parte trasera del coche. Nos apretamos. Chapurreando en nuestra lengua, originó un rato de divertida conversación entre los cuatro viajeros. En Barres, volvimos a caminar hasta Figueras. Terminaba así esa pequeña odisea de nuestro auto stop. Y con eso, ya habíamos cumplido con el rito del dedo pulgar en alto y su movimiento circular.


P.D. En la foto puede observarse el paso firme y pensativo de mi compañero, mi inesperada media vuelta que sorprendió al fotógrafo cuando enfocaba la escena y la larga recta que, como todo el trayecto, mostraba su vaciedad total de vehículos a motor... ¡y a todo!
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