TIEMPOS
DEL AUTOSTOP
A principios de los años
sesenta, del pasado siglo XX, la moda de hacer autostop se extendió por todas
partes. Las carreteras hispanas se llenaron de chicos que se lanzaban a la
aventura de hacer kilómetros en coche ajeno. Y nosotros, en Ribadeo, no íbamos
a ser menos. La primera vez –a la que corresponde esta fotografía de 1961- fue
divertida, pero un fracaso absoluto. Era un espléndido día de agosto. Tres
amigos decidimos sumarnos a esa corriente. Con aquellas bolsas tubulares que
estuvieron de moda, colgadas al hombro, con la comida y bebida más bañador y
toalla, salimos a la carretera. Previo fue el cruce en lancha de pasaje desde
Ribadeo a Figueras. Luego caminata hasta Barres en cuyo trayecto ya no
esperábamos cruzarnos más que algunos ciclistas. Y en Barres comenzaba la
verdadera etapa. La conversación era animada, entre mis amigos -Félix y
Villarino- y yo. Los kilómetros fueron cayendo, al igual que la solanera, y ni
un turismo. Tan sólo un autobús del Alsa y un camión cargado de pinos. Creo que
nada más.
Nuestro destino era Tapia de
Casariego y su playa. El día invitaba al baño y a comer en la Xunqueira, junto
al río Anguileiro que muere en la playa bordeando el campo de fútbol. Y así
llegamos hasta allí, a golpe de nuestras pisadas. Casi siempre disfrutando de
la totalidad de la carretera. El regreso, tras las preciosas horas pasadas en
Tapia, fue idéntico. O sea nada de nada. Y haciendo camino al andar. Sólo
nuestra juventud y el buen rollo –como se dice ahora- salvó la jornada. Pero,
al año siguiente decidimos reincidir. La moda del autostop iba en aumento. Y
obtuvimos premio en esa segunda ocasión.
Bien es cierto que Félix y yo nos tuvimos que tragar, a pie, la ida
desde Figueras a Tapia. Pero al regreso, ¡por fin! ¡ooohhh viene un coche! gritamos mientras hacíamos la señal estándar
con los dedos entumecidos de tanto esperar para dibujarla en el aire. Pero el
caso es que funcionó. Un jeep, conducido
por un simpático individuo de la zona, nos paró y se ofreció a llevarnos hasta
Barres. Subimos, más felices por el éxito de la misión que por ahorrarnos los
kilómetros andando. Al fin y al cabo eran un buen ejercicio deportivo.
A los pocos minutos nos
topamos con otro autoestopista en la carretera. Era un irlandés, de cara pecosa
y blanco como la nieve, que con su enorme mochila subió al coche en que íbamos.
Casi no cabíamos los tres y su equipaje en la parte trasera del coche. Nos
apretamos. Chapurreando en nuestra lengua, originó un rato de divertida
conversación entre los cuatro viajeros. En Barres, volvimos a caminar hasta
Figueras. Terminaba así esa pequeña odisea de nuestro auto stop. Y con eso, ya
habíamos cumplido con el rito del dedo pulgar en alto y su movimiento circular.
P.D. En la foto puede
observarse el paso firme y pensativo de mi compañero, mi inesperada media
vuelta que sorprendió al fotógrafo cuando enfocaba la escena y la larga recta
que, como todo el trayecto, mostraba su vaciedad total de vehículos a motor...
¡y a todo!
***
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