jueves, 30 de junio de 2016

SE HA QUEDADO SOLO EL BANCO DEL PARQUE

Tú te has ido a casa. Yo también. Con mi gente. Las horas de la tarde han pasado, lentamente, desgranadas una a una. Hemos hablado mucho. Varias horas sentados en ese banco. Mirando el bosque del parque y el río. Las aguas serenas y plateadas bajando lentamente ante nosotros. Como si nos reconocieran, diciendo adiós al correr hacia abajo. El sol se ha ido en busca de otras tierras. Una ligera neblina cubre ese rincón de vibrante naturaleza, ocultando ya su belleza.


Hemos repasado un largo tramo de nuestras vidas. ¿Te acuerdas cuando éramos niños y caminábamos juntos a nuestro colegio? ¿Y cuando crecimos y la juventud nos renovó por fuera y por dentro? Todos aquellos felices días en el pueblo. Luego nuestros caminos se separaron, se alejaron nuestras vidas. Transitamos mundos distintos. Acabamos los estudios, iniciamos nuestra etapa profesional. Nos casamos. Vinieron los hijos. Fueron creciendo. Tuvimos días de todos los colores. Azules y claros, de alegrías y triunfos. Rojos y anaranjados, de tristezas y penurias. Algunos blancos como la nieve, llenos de vida, rebosantes. Otros negros, de despedidas y de marchas eternas. Reímos y lloramos. Cantamos y bailamos. Fue la vida. Nuestras vidas.

Hoy, nos hemos reencontrado al cabo de bastantes años. Con la sorpresa inicial  al mirarnos ahora, al reconocernos plenamente. Al sentir que somos los mismos de entonces. Con la misma sintonía. Y hablamos mucho, nos contamos nuestras respectivas historias. Y las  de los nuestros. Los que queremos y llevamos en el alma. También de los amigos comunes. Los viejos compañeros de colegio. ¿Qué fue de ellos? nos fuimos preguntando. Y tratamos de componer el puzzle de sus vidas, de sus rostros. De ellos y de ellas. Amistades viejas de aquellos días en el pueblo. De aquellos veranos marineros y de playas. ¿Qué fue de ellos? Las horas de la tarde, en ese banco, se nos han quedado escasas. Escuetas como el cauce de ese hermoso río, testigo de nuestras confidencias. De hoy. Y de las de antaño. ¿Te acuerdas? Llego la hora del regreso a nuestras vidas. La de la despedida. Pero hicimos un propósito delante de ese banco, fiel y callado compañero. Que ya no pasarían años sin volver a vernos. Sin hablar de nuestras cosas. De hoy y de mañana. Las otras, las de ayer, ya las sabemos y las llevamos para siempre en el fondo de nuestras almas.

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