viernes, 25 de agosto de 2017

TERNURAS INFANTILES.

La niña -dos años tan solo- me acompañaba. Extasiado ante aquel campo cuajado ya de margaritas, paseaba mi vista de un lado a otro, hasta unas amapolas cercanas. Mientras, la niña, se agachó y cogió cuidadosamente un par de aquellas florecillas silvestres. Me las enseñó con su sonrisa pícara. Son para papá y mamá. El sol contemplaba la escena. Y una ligera brisa meció el prado y todas las flores. Qué sencillas son las cosas de los niños. Y qué complicadas... y enrevesadas las de los adultos. De vuelta a casa, las dos margaritas languidecían estrujadas entre sus dedos. Pero ella llevaba un pequeño tesoro a casa, a sus padres. Y así se las entregó, convertidas ya en un pequeño amasijo vegetal. Pero era un manojo de cariño. La niña pasó a otra cosa, pero una poesía pareció quedar escrita en los cielos, entre unas nubes. Siempre me parece admirable la ternura e ingenuidad de esos pequeños compañeros de viaje... los niños.




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