sábado, 11 de abril de 2020

DIARIO DE ESTOS DÍAS…

Día 30º

Y llegamos a los treinta días de encierro. Un mes, ahí es nada, sin pisar la calle. Cuatro semanas de avance brutal del coronavirus por el mundo. ¿Y dónde estamos? En que por ahora crecen los contagiados y se frenan los muertos. Eso dicen, pero todos sabemos que no es cierto. Los contagiados son muchos más y los muertos también. Y por medio, las medidas económicas no se aclaran y suenan a escasas para tapar el inmenso boquete que tenemos en nuestro buque, llamado España. Medidas estas especialmente insuficientes para los autónomos. Lo he sido durante treinta años y se de que hablo. El varapalo para ellos es terrible. Y no se les está echando una mano. Lo contrario. Como botón de muestra no se aplazaron los impuestos a pagar este mes, ni se les eximió este trimestre de hacer declaraciones. Y ahora se dice están preparando ese aplazamiento un par de días antes del final del plazo. Ahora ya no vale. La mayoría ya han hecho sus declaraciones, eso si, jurando en arameo. Así andamos. En medio de bandazos, desbarajuste e incertidumbre. O sea veneno puro para la economía.

Estos últimos días me enganché a jugar una partida de ajedrez "contra el ordenador". Y como ganaba a diario en el nivel 3, decidí avanzar hasta el 4. En mala hora. Ayer me sacudió una paliza de época. Visto y no visto, me dejó casi sin piezas y me dio mate sin despeinarse, el muy ladino. Hoy vuelvo a la carga, a por la revancha, con toda mi artillería. A ver que pasa. Esto me recuerda una anécdota real que, referida a este juego, me sucedió, como no, en Ribadeo. A los 18 años pasé un invierno completo allí, en espera de iniciar mi carrera al siguiente. Solía acompañar a mi padre al Cantón Bar. Tomaba un café con él y ojeaba un poco su partida diaria de dominó con tres buenos amigos. Cerca, en otra mesa, el capitán de la Guardia Civil (o lo que fuese, que no recuerdo) jugaba al ajedrez a diario y trituraba a todos su contrincantes, en medio de un corro de mirones silenciosos. Un día me vio jugar con mi padre y me invitó a hacerlo con él. Me bloqueé y no supe que decir. Acepté. Nos sentamos. Los mirones nos rodearon sonrientes con aire paternal hacia mi. La partida fue terrible. Una matanza. Duró mucho tiempo. Agotadora. Nos comíamos las piezas a lo bestia. Pero al final de todo, le di mate y le gané. No le sentó muy bien. Las sonrisas de los mirones se mudaron en asombro. Y antes de que se dieran cuenta yo ya estaba en mi casa. Escapé por si se le ocurría pedirme la revancha. Durante días no aparecí por allí. Y al cabo de ellos, iba tomaba café con mi padre y desaparecía. No quiero ni pensar lo que hubiese hecho aquel hombre, con su honor, fama y amor propio maltrechos, en un segundo round. Me hubiese triturado. Lo mío fue lo que suele llamarse la suerte del aprendiz.

Mañana es Pascua. Y se me ha ocurrido, pensando en aquellas que pasé en Alicante, celebrarla haciendo una "mona". Como bien sabe alguna amiga de Facebook, es un dulce que se hace en el Mediterráneo en estas fechas. Así que haremos unas con su huevo duro adornado y todo. Allí se le estampa al primer despistado en la frente para romperlo. Eso mejor lo omitiremos porque en casa estamos en cuadro. No vaya a ser...que no se entienda bien el asunto por estos lares. Ya contaré.

Me he extendido con esto de la gastronomía. Así que termino en esta víspera de la gran fiesta de mañana. Hoy seguiré la Vigilia Pascual por internet y aprovecharé para seguir rezando para que esta pandemia termine y volvamos a la ansiada normalidad. Todos lo esperamos y necesitamos. Espero confiado en que así será. Llegará un día en que saldremos a la carrera a las calles. Nos emborracharemos de su aire y de sol o brisas marinas. Y hablaremos por los codos con todos los conocidos que encontremos. En fin, seguimos por aquí. Nos vemos. Saludos para tod@s.

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